Hay momentos en política que no necesitan explicarse, se exhiben solos. Esta semana, la Presidenta Claudia Sheinbaum advirtió que derogar la reforma de pensiones de 2007, promovida durante el sexenio de Felipe Calderón, tendría un fuerte impacto en las finanzas públicas. Así, sin anestesia.
Y en ese momento, como diría el meme: se te borró la sonrisa…
Porque resulta que durante años, desde la 4T, se ha repetido hasta el cansancio que la reforma al ISSSTE de 2007 fue un atraco, una traición a los trabajadores, una herencia maldita del neoliberalismo. Era una de las exigencias centrales de la CNTE, de sindicatos y hasta de funcionarios de la actual administración: abrogarla, borrarla del mapa, regresar al esquema anterior.
Pero ahora, cuando Sheinbaum tiene que asumir el costo de ser gobierno —no candidata, no activista, no comentarista de mañanera— reconoce que sí sirve. Que quitarla sería carísimo. Que mantenerla es, en pocas palabras, lo responsable.
Y entonces, ¿cómo le explicamos esto a los miles de maestros en plantón que exigen exactamente eso: la abrogación de esa reforma? ¿Cómo se los dice sin que parezca traición? ¿O sin que se den cuenta de que, una vez más, les prometieron lo que no iban a cumplir?
Este no es solo un asunto técnico de pensiones. Es un botón de muestra de lo que está por venir: gobernar es otra cosa. No es lo mismo acusar desde la oposición que cargar con los números del presupuesto. No es igual prometer justicia que sostener el equilibrio fiscal. Y a veces, gobernar significa admitir que el adversario tenía razón.
Irónicamente, hoy Sheinbaum defiende la reforma de Calderón… porque es la única que funciona. Y eso, en los códigos de la 4T, es poco menos que un sacrilegio.
Lo que sigue es decidir: ¿se gobernará con responsabilidad, o se seguirá pagando la deuda de las promesas imposibles? Porque tarde o temprano, la realidad siempre cobra factura. Y a veces, con intereses.