Hemos escuchado la Palabra de Dios. Esa Palabra Divina ha llegado a nuestra mente y a nuestro corazón y vamos meditándola en este momento.
Siempre será muy agradable a nuestros oídos y muy agradable pensar el grande amor que Dios nos tiene, su gran misericordia en favor de todos nosotros, siempre y cuando nos reconozcamos pecadores, si no nos reconocemos pecadores, no vamos a vivir esa experiencia de misericordia divina. Si no nos reconocemos pecadores, nos estamos cerrando a la Gracia, al perdón divino y ahí es donde está lo que dice Nuestro Señor, que todos los pecados van a ser perdonados, menos uno, el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón.
Quien no reconoce su ser de pecador, sus errores, su miseria, ¿cómo va a pedir perdón si se cree santo, si se cree bueno? no va a pedir perdón, no va a experimentar la misericordia de Dios, no va a sentir el Amor Divino.
Cuidado, cuidado con cerrarnos a la Gracia, al perdón de Dios.
Los escribas y fariseos estaban molestos con Nuestro Señor, primero, porque llamó a Mateo a seguirlo. Mateo se dedicaba a cobrar los impuestos y no era bien visto, Mateo no era bien visto, se les llamaba publicanos y eran tachados como hombres malos, como hombres malos y, entonces, el Señor llama a Mateo a seguirlo, está llamando a un hombre malo, a un hombre pecador, a un recaudador de impuestos, a alguien que ha traicionado nuestra historia y nuestra vida como pueblo de Dios, como judíos. Está aliado con el opresor, ahí está aliado con ellos, con los romanos, porque los impuestos se van para allá, a los romanos y este nos roba, nos quita lo nuestro, nos ha traicionado y, el Señor, llama a Mateo para que sea uno de sus apóstoles, uno de sus apóstoles y, enseguida, el Señor va a casa de Mateo y está ahí, comiendo con todos los amigos de Mateo, con todos los que recaudaban impuestos. ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? ¿por qué se junta con gente mala? Fue un escándalo, un gran escándalo lo que hacía Nuestro Señor y, el Señor, les transmite una enseñanza y les dice cómo hay que pensar y cómo hay que vivir.
Los enfermos son los que necesitan del médico, los enfermos son los que necesitan sanación. No he venido a llamar a los justos, he venido a encontrarme y a llamar a los pecadores, sólo que ellos, los escribas y fariseos, no se sentían pecadores, se creían los buenos, los limpios, los puros, los cumplidores de la ley, lo mejor del pueblo. Qué esperanzas que se creyeran personas impuras, juntarse con publicanos y pecadores es entrar en una impureza, es contagiarse y, el Señor, está ahí, contagiándase de las impurezas de esos hombres malos, publicanos y pecadores.
Ojalá entendieran, dice Nuestro Señor, lo que quiero. Quiero misericordia y no sacrificios. Misericordia, y aquí hay algo que tú y yo nos tenemos que grabar muy bien en nuestra mente y en nuestro corazón, vamos siendo misericordiosos, vamos teniendo misericordia. El mismo Señor nos dice en Su Evangelio: sean misericordiosos, como Su Padre es misericordioso.
Misericordia.
A veces nos falta misericordia, se nos hace muy fácil condenar, se nos hace muy fácil condenar. Se nos hace muy fácil señalar con el dedo y decir que nuestro familiar, nuestro amigo, nuestro vecino es una persona que no se porta bien, no le encontramos bondad, lo juzgamos. Se nos olvida que nos dice también Nuestro Señor: no juzguen y no serán juzgados.
Misericordia
Los condenamos, a veces condenamos a la gente, porque no nos cae bien, a lo mejor porque nos hizo alguna gachada, como decimos. Los condenamos.
No condenen y no serán condenados.
Queremos que todo mundo tenga misericordia de nosotros, no queremos ser juzgados, no queremos ser condenados, pero se nos olvida que mi prójimo me está pidiendo lo mismo que yo exijo, exijo para mí misericordia, exijo para mí respeto, exijo para mí que me ames, que me tengas paciencia, que me comprendas, que me ayudes. Exijo tantas cosas y, cuando se trata de dar, ya no damos, ya no damos. Sólo pido que me den y cuando sé que el otro pide lo mismo, no se lo doy.
Cuidado, aprendamos de Dios.
Tú y yo somos discípulos de Jesucristo y tenemos que hacer siendo vida el Evangelio. Vámonos haciéndolo vida, pero no nada más en lo que nos conviene y no nada más aplicándolo a nuestro favor. Lo que tú pides de los demás en tu favor, es lo mismo que pide él en su favor.
Nuestro Señor quiere encontrar en nosotros corazones más misericordiosos, más misericordiosos, más comprensivos, más amables, más respetuosos, más generosos, más serviciales, más humildes, más sencillos de corazón, mejores en la vida.
Dejémonos ayudar, dejémonos ayudar.
Tampoco digamos: tú qué me vas a enseñar, tú qué me vas a enseñar. A veces, cuando alguien nos quiere aconsejar, nos quiere motivar, reaccionamos así, ¿de dónde a acá tú eres consejero? ¿de dónde a acá? si eres lo peorcito en la vida. Ah, pues ese peorcito tal vez tiene más virtud que tú, pero ¿puedes entrar a su corazón? El único que puede entrar al corazón es Dios y tú no lo eres, tú estás juzgando, tú estás diciendo que es lo peorcito o estás pensando eso. Cuando reaccionas ante un consejo, ante una motivación que te hace una persona y reaccionas aquí, ¿de cuándo a acá? no, si yo todo eso lo sé y lo sé mejor que tú.
No reaccionamos así, vamos reaccionando agradecidos, agradecidos, porque allí Dios nos está llamando, no tengamos esas actitudes de fariseos, sintiéndonos limpios, puros, santos, conocedores de la verdad y de todo. No nos sintamos así, no seamos tan soberbios, tan vanidosos, tan orgullosos. Así no tiene que vivir un discípulo de Nuestro Señor. Así no se vive el Evangelio. Así no, con la humildad y sencille de corazón, sí.
¿Qué nos dijo Nuestro Señor? aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Hay que leer y releer el Evangelio, no para aplicarlo a otros, sino para aplicarlo a nuestra vida, a nuestra vida. No te pases la vida aplicando el Evangelio a otro, aplícatelo tú y, con tu testimonio de vida, estarás evangelizando, en el silencio, pero con sólo tu vivencia, estarás evangelizando, porque te van a preguntar ¿oye, por qué te comportas así, tan tranquilo, con tanta paciencia? ¿por qué no reaccionas molesto con todo eso que te dicen? Les va a llamar la atención. y tú vas a decir: tengo que reaccionar así, tranquilo, porque, si no, esto va a terminar en un pleito y no, no, no, la paz por encima de todo, la paz, el respeto al pensamiento del hermano que piensa distinto a mí, piensa distinto y lo tengo que respetar, no me voy a meter a discutir con él. No, no tiene caso, es mejor guardar silencio. «Oye, pero si te estaba provocando», es mejor el silencio, es mejor el silencio.
Aprendamos a vivir en armonía y en paz con todos y seamos humildes y no despreciamos a nadie, no despreciamos a nadie. Los fariseos despreciaban a los públicanos y pecadores y sólo ellos eran los buenos, un grupito insignificante eran los buenos según eso, todos los demás eran publicanos y pecadores, gente mala.
A lo mejor a veces nosotros nos ponemos en actitud de fariseo: todos son malos menos yo, yo soy bueno, hasta en nuestra casa, mi señora, uy, tiene un montón de defectos; mi señor tiene un montón de defectos, los hijos son un desorden, mis papás, no, cuidado con ellos. Yo soy un buen hijo, yo soy un buen esposo, yo soy una buena esposa, yo soy un buen padre, yo soy una buena madre, todos los demás son los que arman el desorden aquí en la casa, yo no soy el que arma el desorden, son ustedes. No, no, no, así no. Con esa actitud nomás no caminamos bien, como dice Nuestro Señor.
Aprendamos a aceptarnos, que somos pecadores, sí; yo soy pecador, usted es pecador, todos somos pecadores y ¿a quién ama Nuestro Señor Jesucristo? a usted y a mí. El día que no nos reconozcamos pecadores, pues ya nos salimos del huacal, ¿cómo vamos a experimentar el amor de Dios, la misericordia de Dios si nos sentimos buenos, santos y puros, casi casi para que nos pongan en el altar y nos pongan una aureolita de santos y nos prendan veladoras, nomás retiradito, para que no nos quemen.
No, somos pecadores, tenemos defectos, pero yo creo que somos personas de corazón bueno y también ese que está enfrente, que a veces pienso que es tan malo, tiene corazón bueno, hay que encontrarle bondad y, en la misericordia, le encontraré bondad, en la misericordia, imitando a Nuestro Señor.
Feliz semana para todos, feliz semana. Que Dios los guarde y que sepamos hacer vida el Evangelio, creciendo en el amor de Dios y en la misericordia en favor de nuestros hermanos.